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Vinos frescos y ligeros, buenos compañeros de comidas livianas. Hoy el mercado ofrece un sinfín de opciones que van desde tintos intermedios a los clásicos blancos y rosados.
Gastronomía06/02/2023 Diego MontejoLa frescura de un buen vino es una percepción que va mucho más lejos que la temperatura que debe tener en su servicio, y lograrla no es tarea fácil para los enólogos. Cada vino debe contar con una temperatura ideal de servicio: blancos y rosados a 8ºC, como es también el caso de los espumosos. En tanto, los dulces de cosechas tardías y los blancos de buen cuerpo se permite servirlos con temperaturas de entre 10 y 12ºC. Los tintos por su parte, desde 14ºC los más jóvenes, hasta 18ºC los de más cuerpo, no más.
El tema en verano es que la temperatura ambiente es mucho más alta, incluso por las noches. Entonces, algunos hábitos de consumo se modifican.
En el caso de los vinos, no es por gustos sino por adaptación. Con el correr de los años surgieron vinos ideales para el estío. Sorprenden por su diversidad y por su capacidad de refrescar.
Matías Galluccio, sommelier que asesora en la tienda de vinos y charcutería De Buena Madera, señaló que los consumidores suelen darle poca importancia a estas tendencias y tomar lo que les gusta, aunque siempre por más que sea de forma inconsciente “está el tema del maridaje”.
“En estas épocas cambiamos la dieta y dejamos de lado un poco las comidas potentes como los guisados que suelen ir acompañadas con vinos intensos, pesados, que si bien los podemos tomar en verano, con una dieta más ligera donde aparece la opción de tomar vinos más ligeros y refrescantes”, explicó.
Según el experto, todavía hay cierta resistencia a este tipo de vinos por parte de los consumidores, que alguna vez los han llamado “vinos pileteros”. Sin embargo, hoy se conformó un gran mercado de vinos blancos y rosados de muy buena calidad, elaborados con las cepas Torrontés, Pinot Noir, Chardonnay, como así también los espumantes, en su mayoría provenientes de Mendoza, San Juan y Salta, como también de la Patagonia.
En este crecimiento en el consumo de este tipo de vinos ligeros, desde hace pocos años también se sumaron tintos, tal es el caso de los Malbec de verano u otros intermedios entre tinto y rosado elaborados con una uva tinta llamada Criolla. Sobre esto Galluccio precisó que la cepa criolla se adapta muy bien y da vinos de poco cuerpo y estructuras bajas, muy sabrosos que se pueden tomar a temperaturas más frescas, pero no tan fríos como los blancos o rosados.
La expiación en cantidad de plantas de uvas de alta calidad destinadas al vino blanco se hizo visible en la última década, donde además de las nombradas anteriormente comenzaron a sobrarse cepas como las Gewurztraminer y Riesling, originarias de la región del Rin, en Alemania, pero con fuerte incursión en Francia. Vinos que se caracterizan, en general, por sus aromas frescos y claramente distinguibles cuando son jóvenes, y que armonizan al envejecer, especialmente al llegar a diez años de envejecimiento.
También destacan el Semillón y el Chenin, jóvenes y sin paso por madera. El Viognier ofrece una combinación de frutas tropicales y flores blancas, con cuerpo y paso consistente, ideal para llevar a la mesa. Y la gran cantidad de aromas y texturas que ofrecen los nuevos white blends invitan a servirlos como aperitivos con la picada. Hay que recordar que el paso por madera aporta más volumen, sin que ello signifique menor frescura, pero seguramente se trate de vinos más serios. “En verano, el foco debe estar puesto en entretener el paladar con una bebida fresca, noble y natural, que se pueda disfrutar sola o en las comidas”, aportó Galluccio.
Blancos, del pueblo al delicatessen
Hasta fines del siglo pasado, había pocos vinos de alta gama (vinos finos) y la mayoría eran vinos de mesa. Que se tomaban a diario y (casi) siempre refrescados con hielo y/o soda, generalmente. Pero con la llegada del nuevo milenio todo cambió, y la necesidad de impactar al mundo con los “nuevos” vinos argentinos hizo que muchos hacedores se volcaran por vinos de mayor madurez.
A mayor madurez de uva se logra más alcohol potencial, y luego en bodega se busca más concentración a través de diferentes técnicas. Pero la uva, cuando comienza su ciclo de madurez, es pura acidez y nada de azúcar. Es gracias a la fotosíntesis que genera los azúcares que permitirán luego fermentar el mosto y así convertirlo en vino. El problema era que, en la búsqueda de mayor madurez, muchos se olvidaron de preservar la acidez natural. Es por ello que aquellos vinos son recordados como vinos de impacto y concentrados, maduros y potentes, y para nada refrescantes.
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