Esta colorida celebración nació en épocas coloniales, fue considerada la fiesta de los marginales. En nuestros tiempos se le rinde homenaje a lo largo y ancho de nuestro país en el mes de febrero.
Los descamisados, versión 1874
El descamisado no es un invento del siglo XX, ni exclusividad de un partido. Antes de mis descamisados de Evita y Perón, o los de los anarquistas, estaban los descamisados de Wilde y Avellaneda.
Cultura10/08/2022Argentina NuestraEl clima eleccionario del 12 de abril de 1874 no estaba para bollos ni pastelitos. Como si nada hubiera cambiado en Argentina, las distintas facciones se tiraban con municiones gruesas, difamando, calumniando, mintiendo, patoteando en los atrios de votos de las parroquias. Volvían las dicotomías punzó, mazorqueros frente a gente decente. En tanto, la presidencia de Sarmiento acababa entre cierto orden administrativo, altos ideales y un ruinoso manejo económico. Ni hablar de la relación del Ejecutivo con las provincias y sus caudillos, totalmente deteriorada en las continuas represiones nacionales a las montoneras. En Buenos Aires, menos de un mes atrás, el primer líder popular moderno, Adolfo Alsina, desistía de la primera magistratura, una vez más, allanando el camino del ministro estrella, Nicolás Avellaneda. Éste fue el caldo de cultivo de las mejores mentes de la Generación del 80, que entendieron al progreso como único norte, y el fortalecimiento del Estado como brazo ejecutor. Y la palabra, la opinión pública, como la espada. De ellos se destacaría Eduardo Wilde, un fino polemista, hombre de confianza y algo más de Julio Argentino Roca, y que trajo en aquel otoño a la disputa política contra el sedicioso mitrismo una figura que bien conocía de Bolivia, Salta, Paraná y los arrabales porteños. Señores, redoble de bombo legüero, éstos son, aquí están, los descamisados de Wilde.
Eduardo Wilde, ilustre vecino de Montserrat, inmortalizado por Jorge Luis Borges en “El idioma de los argentinos” (1926) por la calle México, y que luchó valientemente contra la Fiebre Amarilla en 1871, mientras huían las autoridades nacionales y municipales, vivía en ese momento una situación compleja. Aún eran lejanas las mieles de la función pública, diputación, ministerios y embajadas, y recién participaba de los inicios de la medicina social, con un gran prestigio que sería recompensado con una cátedra en la Facultad de Medicina. Sin embargo en 1873 fue duramente cuestionado en su metodología de enseñanza de anatomía, y al renunciar, se refugia en el periodismo que había iniciado en La Nación de Bartolomé Mitre; luego Wilde un furibundo opositor en su propio diario, El Pueblo (1866), o el satírico El Mosquito, y colaborando con La República, en apoyo de la candidatura de Avellaneda. Desde allí era un tópico común de Wilde hablar de que el mitrismo estaba liquidado (sic) y que no resultaban sus métodos tan distintos a los de las odiadas montoneras. Su insistencia en que la camada gobernante, de Urquiza a Avellaneda, debía ser reemplazada por nuevas “lumbreras” abriría el camino al roquismo y el Partido Autonomista Nacional, a las riendas del país desde 1874 a 1916.
¿Quién les habrá robado la camisa?
Con un metódico Avellaneda tejiendo las alianzas con los gobernadores, precedido de su brillante gestión en educación, en Buenos Aires la batalla estaba dada en la prensa, en su mayoría adicta a la “gente decente” de Mitre, los comerciantes e importadores del puerto y los grandes terratenientes, en un aggiornado unitarismo. Despejado el federalismo bonaerense y orillero, que luego originaría al radicalismo, los autonomistas congregaban más que base social, a las mentes y plumas de Carlos Pellegrini, Aristóbulo del Valle, Leandro N. Alem, y contaban el apoyo de Juan Bautista Alberdi y José Hernández –y Roca en ascenso en las sombras-. Los Unzué, los Costa, los González Catán, mitristas, exclamaban monopolizando la prensa: “¡Avellaneda no cuenta sino con un ejército de maestros famélicos y canónigos repletos, que nada significan como elementos electorales!”. Para las familias patricias, la gran masa de criollos desclasados eran la chusma, la plebe, los descamisados.
Quien recogería el guante es el director de La República, que tituló “Los descamisados” y se despachó con oraciones que deberían estar en el canon de los grandes textos de los movimientos argentinos populares, sin prejuicio de su carrera posterior de la mano de Roca, “La prensa mitrista llama descamisados a todos los que no son partidarios de su ídolo. Esa prensa podrá reconocer la pobreza de los individuos del pueblo, pero no tienen derecho de insultarla…-además- ¿quién les habrá robado la camisa? ¿Por qué siendo argentinos se encuentran desheredados en su propia Patria?. Los que ahora nos insultan llamándonos descamisados quizás viven en suntuosos palacios o en casas que se cercenó a nuestro salario…-por- sostener la grande y ruinosa política…quizá el descamisado recorre las pulperías”, argumentaba Wilde en sintonía fina con el autor del Martín Fierro y Lucio V. Mansilla. Acotemos que el año de la primera edición del poema mayor nacional es de 1872, y que entre otros temas, cuestiona la leva forzada de los gauchos.
Eduardo Wilde, el primer abanderado de los descamisados
Pero Wilde, a quien tildaban los porteños de afeminado “caderudo”, levanta el dedo acusador, “Si los descamisados hablaran, cuántas miserias de los que nos insultan contarían. Si los descamisados hablaran nos señalarían que ostentan su lujo en cambio de la desnudez que le procuraron”, en líneas de un liberal reformista de la generación del 80 que podrían aparecer en “La razón de mi vida”, biografía épica de Eva Perón y todo el peronismo; movimiento justicialista que demolió los marcos conservadores de los compañeros de Wilde. “Somos los descamisados, no traficamos con nuestra conciencia”, en otro pasaje, que se hermana insospechadamente con el “¡Atrás lo eternos enemigos de la luz! ¡Rómpanse las tinieblas de la ignorancia y con plena conciencia del derecho conquistaremos el uso de todo lo que la naturaleza nos concede y de lo cual la sociedad no puede privarnos!”, del periódico anarquista El descamisado, el primero fundado en el país en 1879 por Pedro Sanarau.
“Los mitristas tienen camisa, casa, alimentos y dinero ¿Es acaso porque trabajan más?...No…gozan de un sueldo mensual salido de ya sabemos dónde y que se les paga por ser mitristas…preferimos nuestros descamisados que la abnegación arrastran…-ellos- los descamisados, los miserables a quienes queda como única fortuna su conciencia, los que forman el pueblo, la mayoría que arrastra una vida precaria en las ciudades, siendo la primera en los sacrificios…Recogemos el nombre o el apodo que pretende injuriar a los partidarios de nuestras ideas y nos lo apropiamos con orgullo…y los que pretenden insultar la miseria y la inquebrantable firmeza de los que están con ellos, tendrán que estampar en sus periódicos esta consoladora noticia ¡los descamisados han triunfado!”, remataba Wilde, anticipo real de ese día que finalmente Avellaneda aplastó a Mitre. Wilde, de todos modos, a quien sus contemporáneos veían “hombre de letras más que de hechos”. Un mérito no menor en medio de plumas brillantes, y de quien introdujo innovador el tópico de la niñez en la literatura. Sin embargo los soberbios discursos posteriores defendiendo la liberal presidencia de Roca, en Buenos Aires entendida en 1885 como la de los “bárbaros del Norte” –ahora el tucumano los mira sonriente desde su caballo en Diagonal Sur- , una que impulsó la ley de educación primaria gratuita y la libertad de cultos en su inspiración, ponen a Wilde en otra perspectiva y, con una gran incógnita, sobre el virtual alejamiento del fango de la realpolitik en 1890. Eduardo Wilde, el primer abanderado de los descamisados.
Foto: Carlos Felice Blog
Fuentes: Acerbi, N. Los descamisados de 1874 en revista Todo es Historia. Nro. 151. Diciembre de 1979. Buenos Aires; Bruno, P. Pioneros culturales de la Argentina. Biografías de una época. Buenos Aires: Siglo XXI. 2011; Ludmer, J. La situación autobiográfica. Buenos Aires: Corregidor. 1995. / Ser Argentino
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